Cuando el cuerpo habla: el país se escucha

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Fotografía de mujeres afrodescendientes bailando

En distintos rincones del país, las muestras artísticas del proyecto Danza y Movimiento por la Paz —impulsado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes y ejecutado por la Universidad Pedagógica Nacional— se convierten en algo más que presentaciones escolares. Son celebraciones del alma colectiva, símbolos de resistencia, y lecciones vivas de identidad, alegría y comunidad.

Cada escenario se transforma en un territorio de esperanza. Luego de procesos intensos de formación, las niñas, niños y adolescentes llegan a las muestras con todo lo aprendido, lo sentido y lo compartido. Allí, los cuerpos hablan: zapatean, giran, cantan, sonríen. Expresan lo que no siempre se dice con palabras. Las muestras no se sienten como un cierre, sino como el inicio de algo más profundo: una afirmación de la vida, una promesa de futuro.

En algunos contextos, las expresiones dancísticas se anclan con fuerza a las tradiciones culturales. Las niñas y los niños interpretan ritmos autóctonos con orgullo y fuerza, mostrando que la técnica es también una forma de contar historias. Cada paso evoca el paisaje, el río, la montaña o la sabana. En otros escenarios, lo que predomina es la ternura. Los cuerpos más pequeños se lanzan al movimiento con alegría, entre juegos, canciones infantiles y gestos espontáneos. Aunque sus danzas no siempre sean perfectas, están llenas de humanidad. La danza, en estos casos, no exige perfección, sino entrega. Y lo entregan todo.

También emergen experiencias donde la danza se convierte en mensaje. Las muestras incluyen creaciones colectivas que incorporan elementos simbólicos: mensajes sobre la paz, la convivencia, la identidad o la unidad. Algunas instituciones educativas se articulan en encuentros conjuntos, donde el entusiasmo colectivo refuerza el sentido de pertenencia. Las niñas y los niños no solo bailan: comunican, interpelan, imaginan. Le hablan al país que viven, pero también al que sueñan construir.

En varias comunidades, la expresión artística alcanza su clímax cuando la familia se involucra directamente. Los padres y madres no solo asisten como espectadores; confeccionan vestuarios, ayudan a montar coreografías, acompañan con cuidado cada paso del proceso. La danza se convierte así en un puente entre escuela, hogar y territorio. En esas muestras donde todos participan, se percibe una fuerza comunitaria que abraza. A pesar de las dificultades, emerge una imagen de país que se reconoce, que se acompaña, que resiste.

Danza y Movimiento por la Paz demuestra que cuando el cuerpo habla con libertad, el país se escucha con esperanza. Porque en cada gesto, en cada ritmo, en cada mirada compartida, se afirma que la transformación también nace desde el arte, desde la emoción, desde el movimiento que une lo individual con lo colectivo, lo sensible con lo político, y lo cotidiano con lo extraordinario.