¿Cómo se reconstruye un país herido? ¿Desde dónde se siembra una cultura de paz que no sea solo discurso sino experiencia vivida?
En Danza y Movimiento por la Paz, creemos que el camino no siempre está en las grandes palabras, sino en los gestos que se repiten con amor, en las miradas que se encuentran sin miedo, en los cuerpos que se mueven, que juegan, que navegan juntos para no olvidar.
En Colombia, donde la violencia ha dejado marcas profundas en los territorios y en los cuerpos, la danza no es solo expresión artística: es memoria que vibra, es una forma de sanación colectiva, una pedagogía encarnada que reivindica la dignidad.
Este proyecto reconoce que Colombia es un país que baila. Que desde las diabluras campesinas de Jorge Velosa hasta la potencia contestataria de la danza urbana, el cuerpo ha sido territorio de resistencia. Así, se propone una apuesta por pedagogías sensibles que no imponen una sola forma de aprender o crear, sino que dialogan con la tradición, con el presente y con la diversidad.
Cuando los artistas formadores llegan a los territorios, algo se transforma. La distancia entre la institucionalidad y la vida cotidiana se disuelve en ese momento en que los niños y niñas empiezan a moverse. Ahí, la política se vuelve gesto. La memoria se vuelve ritmo. La pedagogía se vuelve cuerpo.
No se trata de una danza coreografiada desde afuera, sino de un movimiento que nace desde adentro, desde las corporalidades racializadas, desplazadas, silenciadas, que encuentran en el arte una posibilidad para narrarse sin miedo. En ese sentido, las pedagogías del cuerpo que nutren este proyecto no solo enseñan a mover, sino a sentir el territorio, a reconocerse como parte de una historia colectiva, a activar la memoria como acto político y poético.
Las voces de quienes habitan este proceso, como la de Diana Rodríguez, artista, pedagoga e investigadora, nos invitan a imaginar la paz más allá de los acuerdos: como justicia, como dignidad, como el derecho a moverse libremente en el territorio, sin miedo, con conciencia del cuerpo y su historia.
Como lo señala Diana Rodríguez, coordinadora pedagógica:“Somos cuerpos violentados por múltiples razones. Y esas violencias dejan huellas. Pero también desde el cuerpo nace la posibilidad de sanarlas.”
La danza, en este marco, se convierte en una herramienta poderosa para la construcción de comunidad, para fortalecer el tejido social y para visibilizar saberes que han sido históricamente marginados. Es también un acto político: un modo de reclamar el derecho a la vida digna, al juego, a la expresión libre y a la memoria.
Es por esto que el proyecto articula saberes desde una perspectiva crítica del cuerpo, promoviendo prácticas que reconozcan la diferencia y la ancestralidad. El torbellino se encuentra con las danzas urbanas. Lo festivo dialoga con lo ritual. Lo propio se resignifica en lo común. Y desde ahí, desde ese cruce de memorias, aparece la posibilidad de una paz vivida.
Porque educar en paz también es danzar con el otro.
Porque recordar, en clave de movimiento, es una manera de construir un nuevo horizonte.
Porque en cada territorio donde se baila, también se resiste.
Y donde el cuerpo habla, la memoria despierta.